viernes, 15 de octubre de 2010

Un día más


Abrió sus pesados ojos al despertar, pues si no aún no estaría despierto, qué cojones. El mundo que contemplaba era el mismo, pero él lo notaba completamente distinto; aunque quizás era empezar a rayarse excesivamente pronto, pues tan sólo estaba viendo el puñetero techo de su habitación, como cada mañana. Pero una cosa sí era cierta, él se sentía distinto, y no precisamente en un sentido positivo.
Se puso sus roñosas babuchas y con un sutil pero intenso rascado de trasero se dirigió al cuarto de baño. Sin embargo, por el pasillo se metió la mano en los calzoncillos para dejarse de delicadezas y rascarse placenteramente, pues estaba sólo y nadie le vería; obviamente no suponía que alguien se iba a dedicar a matar el tiempo describiendo lo que él hacía en su monótona vida, de lo contrario se hubiera contentado con la sutileza.
Abrió el grifo de agua fría para despejarse y se enjuagó la cara con las manos. Se miró al espejo. A pesar de verse todos los días, no sabía bien por qué, pero esa mañana no se reconocía, se preguntaba si él era un desconocido incluso para sí mismo. Tenía que dejar de hacer eso, pensó, a ver quién carajo se planteaba la profundidad del conocimiento de su yo por mirarse en un espejo; debía dejar de sacarle un sentido literario a cada movimiento que hiciera, ni que estuviera escribiendo ningún relato.
Se dio cuenta de que su olor corporal no era excesivamente agradable, por lo que decidió cambiar el enjuagado de cara por un lavado corporal a conciencia. Tal vez el desprendimiento de gases intestinales por aquél orificio que tenía en mente realizar no iba a ayudar mucho a mejorar el desastroso olor, pero un cuesco mañanero siempre es bienvenido. Cuando nadie te observa es cuando uno se muestra de la forma más natural y muestra su verdadera forma de ser, dijo para sí. Quizás debería abandonar su trabajo de oficinista y meterse a filósofo, pues no todo el mundo era capaz de sacar tales deducciones por una simple flatulencia; qué crack, se animó a si mismo.
Cuando terminó de asearse, se preparó un cuenco de cereales con leche para desayunar. El perro marrón que sonreía en la caja con cara de ansioso sexual y la forma de los cereales hacían pensar que estaba tomando un desayuno para perros. Hasta unos putos cereales le insultaban y se burlaban delante de sus narices. Se acabó los cereales con un gusto amargo, más psicológico que real, que decidió quitarse comiéndose un plátano. Mejor dejarse ya de buscar paralelismos con la comida, se comió un plátano porque desayunar almejas no le iba a sentar excesivamente bien; era un tío sano y punto.
Como era domingo, tenía por delante un día entero para dedicarlo a lo que más le apeteciera, mas como no tenía excesivas ganas de pensar, se tumbó en el mullido sofá y encendió la tele. Si fuera un acomodado americano, se pondría a leer el periódico mientras degustaba una taza de café con su bata de seda, que queda muy moña pero da el pego de nota importante, pero como el periódico no caía por arte de magia en la puerta de su casa en esta su ciudad y fuera hacía un calor de cojones para ir a comprar ningún periódico, decidió que ver la televisión era la opción más acertada. La barbaridad de chorradas que podían pasar por su mente en tan poco tiempo, increíble.
Empezó a cambiar de canales pero nada le motivaba: dibujos animados para niños, series de adolescentes cuyos protagonistas tenían un crecimiento inversamente proporcional entre sus tetas y músculos respecto a su cerebro, un puñado de monos enchaquetados tirándose a la cara sus propias heces por el bien de nuestro país, un gordo dando consejos de nutrición, prostitutas de la dignidad gritándose en programas sin sentido… Puro surrealismo. Si André Breton se levantara de su tumba entraría en una especie de orgasmo intelectual. Ante tal oferta televisiva, optó por dejar los dibujos para críos, una esponja que hablaba que a su parecer era la cosa más inteligente que estaban echando por aquella caja fabricante de imbéciles en serie. Lástima que las esponjas no hablaran realmente, si no otro gallo cantaría. Qué demonios, aunque no hablara seguro que si le ponía chaqueta a la esponja con la que acostumbraba ducharse y la mandara al gobierno, el mundo iría mejor; o al menos no empeoraría, que ya sería un logro visto lo visto.
Tras un buen rato fantaseando sobre la campaña política de su esponja (“Vote a Esponja, única quitando mierda”; simple, con gancho. Mola), decidió dejar de pensar estupideces durante un rato, cosa que le estoy bastante agradecido, pues bastante estoy escribiendo para no llevar ni un par de horas levantado nuestro maldito protagonista. Aunque realmente, esa decisión, más que una decisión personal, se la impuso el teléfono que comenzaba a sonar. Era un amigo suyo, que en una hora habían quedado para tomar unas cervezas él y un par de colegas más en un bar del centro. Decidió ir, pues los amigos siempre solían animarle los días que se preveían tan decadentes, como aquél. Como tenía tiempo, terminó de ver la serie de su candidato favorito para las próximas elecciones y después se empezó a arreglar.
Llevaba diez minutos caminando por la calle, tan ensimismado en sus pensamientos como era de costumbre (esta vez eran pensamientos eróticos, por eso no los describo), que no vio al camión de mudanzas que acabó arrollando su cuerpo y arrancando su vida.

¿Moraleja de la historia? Joder, pues no hay, no todo en esta vida tiene un por qué. Alguno podría decir que sí que hay moraleja, que es que cualquier día puede ser el último, que pensar sin actuar no sirve de nada y puedes con ello desaprovechar una vida, que estamos sumergidos en una sociedad absurda, que las esponjas son la hostia,… Pero esa no es mi intención, de hecho creo que para sonreír no hace falta una explicación. Aunque ahora que releo la historia no es tan cómica como me parecía… Además, para una vez que escribo algo medio “cómico” acaba muriendo el protagonista, hay que joderse la mente tan negra que tengo, pero es que tampoco tenía más ganas de seguir escribiendo…
Pues nada, el protagonista se acaba recuperando en el hospital y sus colegas le regalan un perro marrón salidorro para que se coma sus putos cereales rancios. Eso sí, en esta ocasión moraleja sigo sin ver…


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