jueves, 23 de septiembre de 2010

El caso de A. Moral (Parte II/II)


Marcó el número que había escrito en el folio del sobre:

-         No esperaba que hubiera avances tan pronto –era la misma voz inhumana de antes.
-         ¡Hijo de puta! ¡Dijiste una hora! ¿Dónde la tienes?
-         Eso no son modos de hablar –la voz parecía no alterarse por nada- Dije que en una hora su hija tendría problemas. Ahora no los tiene, está bien, aquí a mi lado, junto a mí.
-         ¡Maldito cerdo! Como roce a mi hija le juro que le mataré…
-         Cálmese, le garantizo que es lo mejor para todos. Le voy avisando que como llame a la policía, como vea un solo coche de policía que se acerque aquí sospechosamente, los gritos de su hija empezarán a envolver mi habitación, y como alguien entre por la puerta que tengo frente a mí, los sesos de su hija bañarán cálidamente a quien entre por la misma.
-         ¿Qué quiere de mí? Le puedo ofrecer el dinero que usted me pida, pero por favor…
-         No quiero su dinero, ya sabe qué es lo que quiero.
-         Pero eso es imposible joder, no se puede encontrar un puto término abstracto.
-         Pocas cosas son imposibles y esta no entra en esa lista. Tómeselo como un caso más en el que hay mucho en juego, para ambos…
-         Joder, joder… -contener las lágrimas le era tarea imposible, pero no podía mostrar debilidad- Está bien, dígame cuándo perdió la moral y por qué cree que ocurrió.
-         Bien, nos vamos entendiendo… No sé cuando la perdí, simplemente un día me di cuenta de que hacía mucho que me abandonó, si es que alguna vez la tuve, aunque supongo que sí que la tuve, todo humano nace con moral. Por qué se perdió… supongo que se sentía algo incomprendida. Mi afán de poder solía violarla bastante a menudo, mis celos la maltrataban verbalmente, mi egocentrismo la golpeaba con frecuencia… Quizás huyó porque no se encontraba demasiado cómoda.
-         De acuerdo –sentenció con una fría voz- Le llamaré cuando tenga novedades.
-         Espero que sea en menos de cuarenta y cinco minutos, el tiempo pasa.

Enfermo repugnante. Alguna vez había tenido que tratar a lo largo de su carrera con ese tipo de personas, pero ninguna tan podridamente chiflada como aquella.
Decidió que lo más correcto sería analizar el caso para tratar de encontrar una solución. Un tipo le llama diciéndole que ha perdido su moral. No parece que hablara en broma o de forma metafórica, quería una solución para aquello. No se da cuenta de su ausencia hasta un tiempo atrás; a saber qué actos ha realizado para llegar a esa conclusión así, de pronto. Parece arrepentido de sus actos y por eso quiere recuperarla. Tal vez eso era mucho suponer, quizás sólo quería recuperarla para no sentirse marginado, fuera de la normalidad. No, esta última idea sí que era descabellada, si de verdad quería ser una persona más, estar en la mayoría, hacía bien en actuar sin moral, pues no es necesario cometer delitos para carecer de ella, a veces incluso cometiéndolos se posee una moral más digna de admiración que muchas de las personas “respetables”. Lo único claro es que aquél cabrón quería recuperar su moral, y explicarle que eso es una búsqueda que sólo puede realizar uno mismo y el éxito o fracaso de dicha expedición dependía del propio valor personal era algo que no iba a entender. En su demencia, aquél tipo había mezclado erróneamente lo etéreo con lo corpóreo, términos que siempre andan de la mano en armonía pero que ahora estaban haciendo el amor en la cabeza de ese tal A. Moral, y debía actuar al son del delirio de aquél hombre si quería recuperar a su hija. Sólo tenía una opción, y le quedaba poco tiempo.

En media hora, tal como acordaron Michael y A. Moral por teléfono, se encontraban en un descampado solitario iluminado por una oscuridad carente de bondad. Al salir del coche, vio que A. Moral, o como coño se llamara realmente, llevaba una máscara blanca, posiblemente del mismo color que su verdadera piel. Con una mano sujetaba una pistola y con la otra el cuello de una niña con una bolsa de tela negra cubriéndole la cabeza y las manos atadas con una cuerda. Michael enseguida reconoció a su hija a pesar de no verle la cara, pero hay cosas que se ven sin necesidad de los ojos:

-         Como le dije, tengo la solución a su problema –comentó Michael en un tono excesivamente calmado dada la situación.
-         Eso espero. Si me ha hecho venir en balde una bala atravesará la garganta de su hija antes de que pueda hacer nada –apuntó donde debería estar la boca de la niña encapuchada.
-         Calmémonos –aquél mensaje parecía estar más dirigido a su persona que al tipo enmascarado- aquí tengo una moral para usted. Acéptela y déme a mi hija.
-         ¿Qué moral? ¿No tiene MI moral? -a Michael no le gustó nada esa forma en la que subrayó su posesión.
-         La suya murió hace mucho, pero le prometí una moral y le doy la mía.
-         ¿La suya? Usted no parece que pueda vivir sin moral, no me mienta.

Al decir estas palabras, señaló con la pistola a Michael, completamente furioso. Esa era la ocasión, si su pistola se disparaba, le daría a él y no a su hija. El detective sacó una pistola que tenía en la parte trasera de su cintura y disparó al delincuente enmascarado en el pecho. Unos rojos rubíes de sabor metálico pintaron de un salpicón la bolsa que cubría el rostro de Sarah. Michael le quitó la ahora decorada bolsa, le desató las manos y la besó en la frente. El cuerpo tumbado comenzó a hablar:

-         Me ha mentido –su voz, tenue pero igual de mecánica comenzó a hablar- Matar a alguien que tenía una pistola dentro la boca de su hija no es algo calificable de amoral, a pesar de ser un asesinato.
-         Pero yo no le he matado, no era esa mi intención, no de momento –un esbozo de sonrisa macabra apareció en su rostro. Se dirigió a su hija- Sarah, tesoro, métete en el coche y cierra las puertas. No abras los ojos oigas lo que oigas –se volvió de nuevo a la escoria que estaba tumbada a su lado- Ya no tengo moral pero sí palabra, y le dije que le entregaba mi moral. Es toda suya, disfrute de ella.

Cuando vio que Sarah estaba dentro del coche, le quitó la máscara a aquél desecho y le dio una fuerte patada en plena boca.

-         Me suplicará que le mate, no sabe lo que es capaz de hacer un hombre sin moral enfadado.
-         Sabía que usted no me decepcionaría.

Vio por vez primera algo humano en aquél hombre, pues le dedicó una amplia sonrisa con su ahora desdentada y sangrante boca.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sólo puedo decir, tengo la moral en vilo ;)

Nacho

El médico paciente dijo...

Me has dejado el cuerpo cortado. Sencillamente genial.