lunes, 20 de septiembre de 2010

El caso de A. Moral (Parte I/II)


Era una tarde del mes de julio, estando ya el sol ahogándose en un horizonte plagado de edificios pero no llevándose consigo aquél abrumador calor. Michael Stroke, de treinta y siete años, contemplaba esa imagen de naturaleza artificial desde la ventana de su despacho, un diminuto cuchitril en el que un desanimado ventilador trataba sin éxito de expulsar la flama existente entre aquellas cuatros paredes. Michael volvió la mirada a una de las carpetas que decoraban amargamente la mesa de madera barata. El caso que se detallaba en su interior, un adolescente mimado que llevaba desaparecido apenas veinticuatro horas y que seguramente volvería a su casa por su propio medio en un par de días apestando a alcohol, porros y sexo, no era algo que le motivara especialmente a seguir trabajando. Pero qué diablos, aquella madre, o mejor dicho, aquella mujer que soltaba fajos de billetes a modo de educación a un parásito que hace años atrás crecía en su interior, pagaba bastante bien y él tenía una familia que alimentar; así que siguió organizando y releyendo los papeles de la carpeta. Aunque apenas transcurrieron cinco minutos cuando sonó el teléfono:

-         Detective privado Stroke al habla –dijo al auricular con una voz de falsa simpatía.
-         Buenas tardes señor Stroke, le llamaba porque tengo un caso para usted –aquél sonido difícil era de llamar voz, monótona, carente de expresión y anormalmente perfecta en ritmo.
-         Ajam, ya veo. A mis clientes les acostumbro invitar a mi oficina para así…
-         Yo no soy un cliente cualquiera –le interrumpió- Mi caso es posiblemente el más importante de su vida. He perdido mi moral y quiero que me la encuentre.
-         ¿Perdón? ¿Moral es el nombre de alguna mascota o…?
-         Habría que ser estúpido para llamar así a algún animal de compañía, ¿no cree? –aquél tipo no parecía ser demasiado paciente- La moral, debería usted saber, es aquella abstracción que nos permite discernir lo que está bien de lo que está mal, al menos a grandes rasgos. Por ello recurro a usted, pues ese es su trabajo, encontrar y resolver.
-         Disculpe pero tengo mucho trabajo para aguantar bromas –dijo en un tono educado pero cortante- así que si me disculpa…
-         Yo de usted no colgaría, su hija Sarah, de seis años, es demasiado preciosa e inocente como para que le ocurra nada malo.
-         ¿Cómo sabe el nombre y la edad de mi hija maldito cabrón? No voy a consentir que…
-         Deje de interrumpirme y escúcheme, señor Stroke. He perdido mi moral y por ello acudo al que tengo entendido como mejor detective privado de la zona, así que haga su trabajo. En una hora espero recibir algún dato relevante sobre mi cuestión o su hija tendrá problemas. No me haga repetirle las cosas, no sabe lo que es capaz de hacer un hombre sin moral enfadado.
-         Pero esto es absurdo, cómo voy a encontrar su moral… -se lo pensó mejor y decidió que lo más correcto era no seguir por ese camino y tratar de ganar algo de tiempo- ¿Y cómo le avisaré de mis avances?
-         Tiene un sobre debajo de su puerta con toda la información que necesita. Espero su llamada.

La comunicación se interrumpió. Michael miró debajo de la puerta de su despacho y efectivamente allí había un sobre. Lo cogió y salió a toda velocidad del despacho para dirigirse al rellano del edificio. Ni rastro de nadie. ¿Cuándo dejarían aquél sobre? Cómo no se dio cuenta antes… Volvió a su despacho y se sirvió un poco de ron frío de la pequeña neverita que tenía en aquella habitación. Imposible, no podía tranquilizarse. Abrió el sobre con manos temblorosas. Seguramente todo sería una broma de pésimo gusto, trató de consolarse. Dentro había un folio doblado por la mitad un par de veces. Lo desdobló y leyó. Había escrito un número de teléfono y una extraña poesía firmada por un tal A. Moral:

Correcto e incorrecto,
Bien y mal como binomio
En una variada escala tonal
Que soy incapaz de discernir.
Su pequeña hija desea vivir,
Yo sólo deseo mi moral,
Encuéntrela, eso es obvio,
Rápido, veloz como el viento.

Aquellos versos le helaron la sangre, a pesar de su nulo valor literario, pero ser poeta no era la intención de su autor, su objetivo era otro y lo había conseguido. Temeroso llamó a su esposa al móvil:

-         Hola Michael –su mujer le respondió al tercer tono- ¿Qué tal la tarde?
-         Bien, bien –mintió en un intento de guardar la calma- Sólo quería saber qué tal os iba a Sarah y a ti; ahora estás con ella en el parque según me dijiste, ¿no es así?
-         Sí, claro –respondió con una sonrisa que aunque no vio, sí que sintió- Espera que te la paso. Cielo, es papá… ¿Cielo?
-         ¿Qué ocurre? –seguir aparentando normalidad le era cada vez más difícil.
-         No la veo, estaba aquí jugando con unos niños hace apenas cinco minutos, mientras yo leía un libro, no sé dónde se ha metido…
-         ¡Joder, no puede ser! Cariño, búscala y si la encuentras llámame en seguida. De momento no llames a la policía, no tengo tiempo para explicártelo.

No era lo más correcto dejar así a su esposa, pero eso ahora era secundario.

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