domingo, 12 de septiembre de 2010

Alma enclaustrada


Mirándose al espejo empezó a llorar,
Desdichado de lo que en él veía;
Encerrándose en su baúl de frío metal,
Dejó que frente a él crecieran los días.

La monotonía y el lamento adornaban
A ritmo impetuoso aquella estancia,
Con negras persianas cerrando ventanas
Y tenue luz, lúgubre por antonomasia.

Un día, sin saber con exactitud cuál,
Ni si fuera el sol o la luna resplandecían,
La amistad en el baúl se quiso asomar
Pero él hizo como si sólo al viento oía.

Más tarde el iluso amor su nombre clamaba,
Pero él en lugar de al destino dar gracias,
Aquejándose seguía de esa especie de lava,
Odio brotando, quemando futuras ganancias.

El espejo cada vez empezaba a mostrar
Una imagen más triste, rancia y decaída,
Pero él ni pensaba en actuar ante su mal;
Zollipar, plañir, gemir, era todo lo que hacía.

Ni el dolor ni la alegría ajena lo inmutaban,
Su suplicio reflejado era su máxima distancia,
Caricias únicamente para lágrimas de su cara,
Vivir no más que para su amarga arrogancia.

Pero el infortunio no sólo afecta en singular;
Cuentan fuera del baúl que el día se oscurecía,
Sin saber por qué del cielo caía gris todo un mar,
Parece ser que la moralidad perdió a su guía.

En el caos unos se hundían, otros nadaban,
Gobernando el dolor, el miedo y el ansia,
Llamando algunos al baúl, del peligro avisaban,
Pero él llorando seguía, lo demás pura ignorancia.

Tras la tormenta la paz de nuevo otra vez reinó,
Y en una metálica caja dicen que se encontró
A un alma ahogada yaciendo, llena de dolor,
Mas dicen, que fue en su propio llanto donde se ahogó.


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